domingo, 1 de febrero de 2009

Los mendigos de Asís


Asís se estaba convirtiendo en una ciudad hostigada por los bárbaros: turistas de los más remotos lugares ⎯ aprovechando el bajo coste de los aviones y las vacaciones pagadas a plazos⎯, hordas de mendigos que se desparramaban por las escalinatas próximas a los edificios sagrados y vendedores de recuerdos que se afanaban en prolongar los sueños efímeros de los viajeros.
La ciudad italiana está considerada Patrimonio de la Humanidad y recibe cerca de cinco millones de peregrinos y turistas al año ⎯los pobres aún no se han censado⎯; cada verano sus calles, plazas y monumentos se ven amenazados por gentes de pantalón corto y gorra ladeada que se descuelgan de aviones, trenes, autobuses, carromatos, o cualquier medio ⎯dependiendo de su estatus social⎯, y que están amenazando la tranquilidad de la hermosa ciudad Umbría.
Los mendigos fueron los primeros en rastrear el tufo de San Francisco, el primer pobre que vivió extramuros y recorría las calles pidiendo para subsistir, fundador de una orden de frailes de túnica y capucha marrón que acabaron por abrir filiales en todo el orbe. Los nuevos mendigos ocupan ahora los numerosos templos y conventos de la ciudad dedicados al santo y a otros frailes de la curia eclesial.
El gremio de la mendicidad tiene sus propias reglas desde la Edad Media: se organizan de forma piramidal en cuanto al espacio, ocupando el graderío de acceso al templo por orden de antigüedad en la llegada, con algunas excepciones: las mujeres portadoras de un envoltorio de harapos por donde asoma una cara de niño macilento se sitúan junto a la entrada del Atrio para despertar la piedad de los que acceden al templo, y los niños alborotadores, al pie de la escalera, para atraer la atención de los turistas con cámara, mientras los más avispados les limpian los bolsillos.
Desde que el santo amante de los animales y de la pobreza se instalara en las afueras y ejerciera la mendicidad, los pedigüeños se han diversificado y cambiado sus costumbres para adaptarse a los nuevos tiempos: a la cohorte de pordioseros sin oficio ni beneficio de toda la vida, se han unido obreros en paro, empleados milieuristas, yonquis marginales, gitanos rumanos, violinistas ucranianos, contrabajistas rusos, bailarines de tango argentinos, cantantes chilenos trasnochados que cantan baladas de Víctor Jara y Violeta Parra, rancheros mexicanos con grandes sombreros descoloridos, indios del Machu-Pichu, y un sin fin de grupos tras el señuelo de su santo patrón que pidiendo limosna llegó a prosperar como es obvio y notorio.
En Asís, la población local y foránea ha vivido amalgamada con los limosneros desde antes de la implantación de los paquetes turísticos de las agencias de viaje y de las reservas por internet en lineas aereas de bajo coste ⎯pobreza y picaresca ha habido siempre⎯, si bien hay que hacer notar que los nuevos turistas con reserva vía informática dejan mucho que desear, y han perdido la elegancia en la manera de vestir y la curiosidad por la historia de aquellas piedras milenarias de los viajeros de principios de siglo pasado. Los turistas de ahora se sientan con el torso desnudo en las mismas escaleras de la Basílica de San Francisco de manera que se confunden con los mendigos. Ante esta desvergüenza, la indignación del custodio de los franciscanos no se ha hecho esperar: “algunos piensan que están en Rímini, donde un biquini es de lo más normal, pero aquí hace falta respeto”.

La cuestión se ha agravado con la apertura de fronteras y el efecto llamada, trastornando la apacible y bella ciudad de la Toscana. Nuevas invasiones de indocumentados y gentes sin ocupación conocida están acabando con la organización social heredada del pasado, los jefes de los anteriores gremios de pedigüeños se han visto desbordados ante esta torre de babel donde nadie se entiende, y la tranquilidad de los ciudadanos y la cartera de los turistas se ven amenazadas.

Primero fueron las cámaras de fotos:

⎯¿Por favor, me puede hacer una foto?… que se vea el rosetón…, ¡niños, venid aquí para que salgamos todos!
⎯ Faltaría más…
Y mientras la pareja se alisa el traje y acopla sus cuerpos para la inmortalidad, el individuo desaparece piedras abajo por los estrechos callejones con la digital del incauto turista colgando de su mano que, con la boca abierta, ve cómo se pierden los recuerdos atrapados en su interior de aquellos días tan ansiados, y se cabrea recordando las letras que aún le quedan por pagar y… ¿ qué le van a enseñar ahora a los de la tertulia del sábado?

Otra amenaza fue el cambio de bolsillo de las carteras.
Un poco más allá, un grupo de japoneses se adentra en la plaza con la vista en los juegos de volúmenes y sombras del sacro templo, y los oidos y la mente puestos al servicio de las explicaciones del guía, experto en arte, con objeto de no perderse ni un solo arco, pechina o vidriera. Entonces es el momento de la intervención de los niños que juegan en la plaza: se enredan entre los grupos para revolver en los bolsillos de los pasmados amantes de las piedras milenarias y roban sus carteras, móviles y hasta el mp3 de la oreja.
El último de los problemas, y que afecta a un sector menos materialista, fue el de la falta de respeto por los lugares sagrados.
Las meadas ultrajan las sacrosantas piedras del templo de San Francisco ⎯dijeron los de la curia y algunos defensores del patrimonio.
El hedor que desprenden los muros calentados por el sol de mediodía es insoportable y poco higiénico,⎯ dijeron los de medio ambiente.
El alboroto de estas hordas impide la paz y el necesario sosiego de los ciudadanos que buscan la meditación al amparo de los recintos de Dios, ⎯dijeron los beatos y piadosos de la Asociación hermanos del franciscano.
Dejarán de venir los turistas si no tomamos medidas,⎯ dijo el concejal de turismo y el presidente de los empresarios hoteleros.

La última sentencia caló en todos las fuerzas vivas del pueblo, fue la razón definitiva para buscar las medidas oportunas que evitaran que el eje de la economia que hacía mover la rueda del bienestar de Asís se rompiera.
Así que las autoridades civiles y religiosas, a las que se unieron mútiples asociaciones de voluntarios que engrosaban los gastos de las arcas municipales, y un representante de los vendedores ambulantes, se reunieron en un intento de aproximar posturas en lo que parecía el interés común: acabar con la delicuencia y la inseguridad en las proximidades de los recintos sagrados y monumentos, una amenaza que podía extenderse por la geografía mundial disuadiendo a los turistas para elegir este destino.
Pero pronto se comprobó que en realidad los intereses estaban divididos: a la autoridad civil y hoteleros le preocupaba que dejaran de venir los turistas, a los defensores del patrimonio artístico, las basuras y la corrosión de las meadas en las venerables piedras, amén de algunas pintadas como las de Mª Pili y Juanma, que en un grosero grafiti mancillaban una de las jambas. A la curia ⎯léase vaticano ⎯ lo que le preocupaba era la pérdida del espíritu religioso ascético que había caracterizado a la renombrada ciudad medieval.
Después de mucho debate, no siempre dialéctico, se acordó aumentar el número de policías y colocar cámaras de vigilancia en los sitios estratégicos. Pronto se vio la fugacidad de estos acuerdos cuando las cámaras aparecieron destrozadas y los policías desbordados.
Cuando las ideas parecían haberse esfumado, el alcalde lanzó la que en realidad había estado pergeñando desde el principio de los desmanes: los mendigos y pedigüeños debían alejarse de los templos y monumentos. En seguida se alzó la voz inflamada del cardenal de la curia, presidente del Pontificio Consejo de la Pastoral para los inmigrantes e itinerantes, alegando: “pedir limosna no es delito, después de todo, Francisco de Asís fue conocido por su pobreza y pedía limosna de casa en casa”.
Para contentar a todos, la máxima autoridad civil dictó un edicto en el que se prohibía pedir limosna a menos de quinientos metros de una iglesia, plaza o edificio público.
Así fue recogido a la mañana siguiente por los diarios italianos.
En la práctica no había forma de cumplir la orden: no es fácil distanciarse en Asís los metros exigidos, porque con tantos monumentos… dónde establecer la equidistancia…
Pronto la policía se vio desbordada en el intento de alejar a los desconcertados mendicantes que continuamente traspasaban los límites, y no tanto por transgredir el edicto, sino porque no sabían calcular la distancia, acostumbrados a medir solo los peldaños que le llevarían hasta el pórtico de la gloria del gremio.
Por aquellos días llegó a la bella ciudad un avispado trotamundos que realizaba negocios con los paises asiáticos, donde la mano de obra es barata y había obtenido el título de experto en habilidades sociales con grupos de marginados. Este individuo pronto comprendió que aquello era un problema de eficacia y organización. Aquellos descamisados necesitaban un líder y ése era él y por eso estaba allí. Las nuevas hordas interculturales aún no habían aprendido en tantas generaciones de oficio que, a nuevos tiempos, nuevos inventos. Se puso al habla con su socio de Hong Kong para que le enviara un conteiner de GPS. Primero se ganó a los mafiosos y les regaló los primeros cincuenta aparatos, más la promesa de un tanto por ciento adicional si conseguían convencer al resto de afectados de las ventajas del invento.
Así fue como esta medida satisfizo tanto a la curia como a las demás fuerzas vivas y hasta hubo alguna ONG que consiguió subvenciones para ayudar a su adquisición. Naturalmente había que acreditar que se pertenecía a la cohorte de pordioseros sin oficio ni beneficio de toda la vida, o ser obrero en paro, empleado mileurista, yonqui marginal, gitano rumano, violinista ucraniano, contrabajista ruso, bailarín de tango argentino, cantante chileno, ranchero mexicano, indio del Machu-Pichu, o viejos sin hogar, de esta manera ⎯ como matizó nuestro avispado trotamundos en la entrevista con el alcalde⎯, y de paso se podría realizar al fin un censo de este descontrolado sector de la sociedad.
La venta de GPS hizo rico a nuestro hombre. La noticia traspasó los muros de Asís y se hizo eco en el resto de las ciudades de la Toscana y del resto de Italia, que demandaban este aparato medidor, que calcula mejor que un murciélago donde está el muro o la estatua prohibida.
Las autoridades responsables de la ciudad de Asís han otorgado una medalla al mérito a la innovación a nuestro avispado empresario que ha logrado devolver la seguridad y la tranquilidad a la bella ciudad Umbría.

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