domingo, 26 de julio de 2009

Guy de Maupassant visto por Sciammarella

Tercera entrega

...El novelista que transforma la verdad constante, brutal y desagradable, para lograr una aventura excepcional y seductora, debe, sin preocuparse demasiado por la verosimilitud, manejar a su antojo los acontecimientos, prepararlos y arreglarlos para complacer al lector, emocionarle o enternecerle. El plan de su novela no es más que una serie de combinaciones ingeniosas que conducen con habilidad al desenlace. Los incidentes se disponen y dirigen hacia el punto culminante, y el resultado final, que es un acontecimiento capital y decisivo, debe satisfacer todas las curiosidades excitadas al principio, poniendo un limite al interés y acabando de una manera tan completa la historia relatada, que ya no se desee saber qué les ocurrirá en el futuro a los personajes más sobresalientes.

En cambio, el novelista que pretende darnos una imagen exacta de la vida debe evitar cuidadosamente cualquier encadenamiento de hechos que pudiera parecer excepcional. Su finalidad no estriba en contarnos una historia, divertirnos o entristecernos, sino en forzarnos a pensar, a comprender el sentido profundo y oculto de los sucesos. A fuerza de observar y meditar, mira el universo, las cosas, los hechos y los hombres de cierto modo que le es peculiar y que se deriva del conjunto de sus observaciones meditadas. Esta es la visión personal del mundo que intenta comunicarnos reproduciéndola en un libro. Para conmovernos, como le ha conmovido a él mismo el espectáculo de la vida, debe reproducirla ante nuestros ojos con escrupulosa semejanza. Por lo tanto, deberá componer su obra de una matera tan hábil, tan disimulada y en apariencia tan sencilla, que sea imposible adivinar e indicar el plan, descubrir sus intenciones.

En lugar de tramar una aventura y desarrollarla de modo que resulte interesante hasta el desenlace, tomará al personaje en determinado período de sus existencia y lo conducirá, mediante transiciones naturales, hasta el siguiente período. Así dará a conocer cómo se modifican los caracteres bajo la influencia de las circunstancias inmediatas, cómo se desarrollan los sentimientos y las pasiones, cómo se ama, cómo se odia, cómo se combate en todos los medios sociales, cómo luchan los intereses de familia y los intereses políticos.

Por lo tanto, la habilidad de su plan no consistirá en la emoción o el hechizo, en un comienzo atractivo o en una catástrofe emocionante, sino en la hábil agrupación de pequeños hechos constantes, de donde se desprenderá el sentido definitivo de la obra. Si hace caber en trescientas páginas diez años de una vida para demostrarnos cuál ha sido, en medio de todos los seres que la han rodeado, su significación particular y muy característica, deberá saber eliminar, entre los innumerables y menudos hechos cotidianos, todos los que le resulten inútiles, y destacar de una manera especial todos aquellos que pasarían inadvertidos para observadores poco perspicaces y que proporcionan al libro su interés y su valor de conjunto.

sábado, 18 de julio de 2009

Los lectores ante la novela (Continuación)


Guy de Maupassant

...El lector, que únicamente busca en un libro satisfacer la tendencia natural de su espíritu, pide al escritor que responda a su gusto predominante y califica invariablemente como bien escrita la obra o el párrafo que agrada a su imaginación idealista, alegre, picaresca, triste, soñadora o positiva.
En suma, el público está compuesto por numerosos grupos que nos gritan:

«Consuélenme.»
«Distráiganme.»
«Entristézcanme.»
«Enternézcanme.»
«Háganme soñar.»
«Háganme reír.»
«Hagan que me estremezca.»
«Háganme llorar.»
«Háganme pensar.»

Tan sólo algunos espíritus selectos piden al artista: «Escriban algo bello, en la forma que mejor les cuadre, según su temperamento.»
El artista lo intenta y triunfa o fracasa.
El crítico sólo debe apreciar el resultado con arreglo a la naturaleza del esfuerzo; y no le asiste el derecho a preocuparse de las tendencias.
Así pues, tras las escuelas literarias que han querido darnos una visión deformada, sobrehumana, poética, enternecedora, encantadora o soberbia de la vida, vino una escuela realista o naturalista que pretendió indicarnos la verdad, nada más que la verdad y toda la verdad.
Es preciso admitir con el mismo interés esas teorías de arte tan diferentes y juzgar las obras que producen únicamente desde el punto de vista de su valor artístico, aceptando a priori las ideas generales que les han dado vida.
Discutir el derecho que asiste a un escritor para hacer una obra poética o realista es quererle forzar a modificar su temperamento, recusar su originalidad y no permitirle utilizar la visión y la inteligencia que le proporcionó la naturaleza.
Echarle en cara que vea las cosas hermosas o feas, pequeñas o épicas, graciosas o siniestras, es como reprocharle estar configurado de tal o cual manera y no tener una visión que concuerde con la nuestra.
Dejémoslo en libertad para comprender, observar, concebir como guste, mientras sea un artista. Procuremos exaltarnos poéticamente para juzgar a un idealista y demostrémosle que su sueño es mezquino, trivial, no lo bastante extravagante o magnífico. Pero si juzgamos a un naturalista, indiquémosle en qué difiere la verdad de la vida de la verdad de su libro...

jueves, 16 de julio de 2009

¿Sabemos lo que es una novela?




¿Existen reglas para escribir una novela, fuera de las cuales una historia escrita debiera llamarse de otro modo?
Si Don Quijote es una novela, ¿no lo es también El rojo y el negro? Si El Conde de Montecristo es una novela, ¿no lo es también L’assomoir? ¿Puede establecerse una comparación entre Las afinidades colectivas de Goethe, Los tres mosqueteros de Dumas, Madame Bovary de Flaubert, El Señor de Camor de M.O. Feuillet y Germinal de Zola? ¿Cuál de estas obras es una novela? ¿Cuáles son esas famosas reglas? ¿De donde proceden? ¿Quién las ha establecido? ¿En virtud de qué principio, de qué autoridad y de qué razonamientos?
No obstante, parece ser que esos críticos saben de una manera cierta, indudable, lo que constituye una novela y lo que la distingue de otra que no lo es. Esto, sencillamente, significa que sin ser productores están agrupados en una escuela y rechazan, a la manera de los mismos novelistas, todas las obras concebidas y realizadas fuera de su estética.

En cambio, lo que debería hacer un crítico inteligente es buscar aquello que menos se parece a las novelas ya escritas y estimular todo lo posible a los jóvenes para que emprendan nuevos caminos.
Todos los escritores, Victor Hugo igual que Zola, han reclamado con insistencia el derecho absoluto, derecho indiscutible de componer, es decir, de imaginar u observar de acuerdo con su concepto personal del arte. El talento procede de la originalidad que es una manera especial de pensar, de ver, de comprender y de juzgar. Así pues, el crítico que pretende definir la novela según la idea que de ella se ha forjado con arreglo a las novelas que prefiere, y establecer ciertas reglas invariables de composición, luchará siempre contra un temperamento de artista que aporte un nuevo procedimiento. Un crítico totalmente merecedor de este nombre debería ser tan sólo un analista exento de tendencias, de preferencias, de pasiones, etcétera, y apreciar tan sólo, al igual que un perito en pintura, el valor artístico del objeto de arte que se le somete. Su comprensión, abierta a todo, debe absorber hasta tal punto su personalidad, que pueda descubrir y alabar incluso los libros que no le satisfacen como hombre, pero que debe comprender como juez. Pero la mayor parte de los críticos no son, en realidad, más que lectores, y el resultado es que nos censuran casi siempre erróneamente o que nos elogian sin reserva y sin tino.

Del prólogo de la novela "Pedro y Juan" del escritor Guy de Maupassant
(Continuará)

miércoles, 8 de julio de 2009

Las minas antipersonales


Las minas antipersonales son un tipo de mina terrestre. Están diseñadas para matar o incapacitar a sus víctimas. Se utilizan para colapsar los servicios médicos enemigos, degradar la moral de sus tropas, y dañar vehículos no blindados. Por ello, se busca sobre todo que hieran gravemente o mutilen, y no tanto que maten, ya que un muerto no causa tantos problemas como un herido. Así, sus efectos más comunes son amputaciones, mutilaciones genitales, lesiones musculares y en órganos internos, quemaduras...

Se calcula que hay más de 110 millones de minas repartidas en más de 64 países (la mayoría en África). Cada año más de 26.000 personas mueren o sufren traumáticas mutilaciones debido a las explosiones de estas armas que no distinguen entre combatientes y población civil. Pueden permanecer activas durante más de 50 años después del fin de un conflicto.

Colocar una mina puede costar 1,8 euros, pero desactivarla puede llegar a mucho más: hasta 718 euros.

Historia de las minas terrestres

El fundador de la mina terrestre fue Pedro Navarro,oficial español del siglo XVI, que ideó un sistema para volar los muros de las fortalezas de Italia. Aunque ya se utilizaron versiones primitivas en la Guerra Civil en los Estados Unidos, las minas antitanque empezaron a utilizarse en la Primera Guerra Mundial. Durante la Segunda Guerra Mundial se empezaron a utilizar las primeras minas antipersonales en Europa y el norte de África, con el fin de proteger las minas antitanque.

Durante la guerra fría, fueron utilizandos intensivamente en conflictos locales. En Vietnam, el ejército estadounidense empezó a lanzarlas desde el aire. Con el tiempo, se hizo frecuente su uso por parte de ejércitos insurgentes en lugares de cultivo, fuentes de agua, y otras infraestructuras básicas. Así, empezaron a ser utilizadas en muchos conflictos también como arma contra la población civil, aterrorizándola y negándole el acceso a recursos básicos.

Las minas antipersonales se han utilizado en conflictos en Angola, Afganistán, Argentina, Bosnia, Camboya, Chechenia, Chile, Colombia, Ecuador, Egipto, Guatemala, Kosovo, Mozambique, Malvinas, Nicaragua, Perú, El Salvador,(ya erradicadas. Agosto 2,008), Sudán, Sáhara Occidental, entre otros.


En el año 2005 un informe de la ONU calculaba que más de 167 millones de estos artefactos permanecían almacenados en todo el mundo, 82 países tienen minas inlocalizadas. Entre 15 mil y 20 mil personas en el mundo son víctimas cada año de las minas antipersona.
En respuesta a la crisis humanitaria causada por las minas terrestres y los restos explosivos de guerra, los Gobiernos prohibieron las minas antipersonal en la Convención de Ottawa de 1997 y establecieron responsabilidades por la remoción de los restos explosivos de guerra tras el cese de las hostilidades, en el Protocolo de 2003. Esos instrumentos forman el marco jurídico internacional para prevenir y mitigar el sufrimiento humano causado por las minas terrestres y los restos explosivos de guerra.

miércoles, 1 de julio de 2009

Los valles olvidados " En casa"

Mi novela ya la tengo en casa. Es extraño tener el libro en las manos; siento una mezcla de sensaciones, incluso contradictorias: paso de la emoción y el orgullo de lo que siento como una creación mía, al alejamiento y extrañeza de que ya no me pertenece, que ya es de los lectores, que además me van a juzgar. No me preocupan demasiado las críticas, pero si alguien se anima a opinar las aceptaré con gusto. Escribí esta libro para recuperar parte de la memoria de una época. Mi andadura como maestra por las zonas rurales de la provincia de Jaén, me han dado a conocer personajes y lugares que han vivido alejados de las ciudades, con una manera de ser y de vivir distinta, desconocidos por la mayoría de los que siempre han vivido en núcleos urbanos.

Os invito a leer un capítulo donde aparece uno de esos personajes.


María

María tiene el cuerpo maduro y la mente de ángel inocente; está llena de un misterio descosido de la realidad, porque vive alejada del mundo y hasta de sí misma, enfrascada en la atención que le procuran los otros seres naturales y que le roban casi todo su tiempo y energías.

María nació con una gracia que le permitía comprender y sentir los amores y penas de los animales, las plantas y hasta de las piedras y de las estrellas, que para ella eran de la misma naturaleza que las de los demás seres del mundo.

Es la hija mayor de Anselmo, el pastor, y la que se levanta más temprano para ir a la fuente de la Canaleja a por un cántaro de agua para que su padre se lave, después sigue con sus tareas: dar careo a las gallinas para que picoteen algún gusano incauto, arrimar una piña al rescoldo para avivar el fuego, lavar la ropa en el pilón…, y así hasta la caída del sol. A esa hora desamarraba a las dos marranas que hociqueaban bajo las encinas y les daba suelta cuando percibía que ansiaban un macho. Anselmo había sido el gran descubridor de las leyes de la genética, desconocidas para los pastores y para él mismo en aquellos serratos, y se jactaba de que si una marrana blanca se cruzaba con un jabalí daría unas crías que valdrían más y sus jamones tendrían mejor sabor.

María, siguiendo su instinto, guiaba a sus hembras hacia los caminos donde las marcas de los árboles habían dejado una carta de presentación de uno de estos machos ásperos y salvajes, y podía oler su piel erizada e impregnada de ansiosa lujuria. Los jabalíes, que merodeaban emboscados, se dejaban engañar por estas hembras groseras y perezosas que aprovechaban la oscuridad y la ofuscación de sus congéneres evolucionados para que las dejaran preñadas. Luego, confirmando el saber del pastor, los lugareños asistían al nacimiento de unas crías híbridas con rayones en la espalda del color de algunos melones.

María realizaba estas y otras tareas sin rechistar, sin descomponer su cara dulcísima, porque su alma seguía intacta, sin desgastarse en arrebatos, pasos adelante y pasos que desandar. Su mente sin embargo era viajera y solía divagar hacia el territorio de los sueños. Permanecía absorta contemplando las estrellas, el deshilachado de las nubes o los aleteos de los gorriones en los olivos del camino.

Al termino del día, se dirigía a las orillas del pantano a dar de comer a las truchas. Iba desmigando un pedazo de pan y arrojándolo al agua para obligar a los peces a bailar para ella en las curvilíneas pistas que se formaban en el diamantino espejo. Miles de insectos se aferraban en los tallos de los juncos de la ribera y María percibía a los funámbulos absorbiendo las gotitas con las que nutrían sus cuerpos. Sabía cuándo una yegua había tenido trato con el caballo porque sentía blandos y calientes los ollares del animal y no se resistían al bocado. Era capaz de adivinar el palpitar de la nueva vida nada más palpar su panza y escuchar el gemido de las semillas en el instante en que se desmembraban para engendrar otro ser vegetal. Todo esto y mucho más era el patrimonio con el que había nacido la hija mayor de Anselmo, pero tan ignorado por él que nunca comprendió por qué la joven se marchó un día de la casa.

Con qué o quién soñaba la joven enajenada nadie lo sabía. Ella no conocía el amor de la carne de un hombre, pero en sus sueños siempre se hacía presente Ángel, el pastor del otro lado de la huerta de la Canaleja. María veía elevarse el humo de la chimenea de la casa del joven y adivinaba que sus hermanas le estaban preparando el almuerzo mañanero, y le llegaban oleadas a jara y romero, ese olor que emanaba de las ropas del muchacho y del que no pudo librarse desde que bailó con él en la fiesta de San Juan.

Que después no se vieran más, a pesar de la cercanía, era una ley cazurra de desavenencias entre los padres de ambos por una cuestión de lindes. Cuando María y Ángel se volvieron a encontrar en el siguiente solsticio, éste ya había entregado su cuerpo y su alma a Jana, la extranjera de cabellos color de paja como la que se agavillaba en la era.

Un día María desapareció carretera adelante siguiendo la Vía Láctea hasta que roló al Noreste. Le habían dicho en el mercado que en aquellas tierras ofrecían oportunidades a la medida de sus sueños. Tomó un autobús en el pueblo y viajó toda una jornada hasta que el vehículo se detuvo y vomitó a los viajeros.

El rastro de María se perdió durante las cuatro estaciones siguientes. En la primavera del año de la gran sequía, María volvió a casa de sus padres: enferma de alma, perdida la inocencia y perdido el don misterioso de comprender y compartir el pulso de la creación con el que había sido alumbrada.