domingo, 25 de enero de 2009

UN ILUSTRADO EN LA ACADEMIA DE SAN FERNANDO

EXPOSICION DE FLORIDABLANCA EN LA REAL ACADEMIA DE BELLAS ARTES DE SAN FERNANDO DE MADRID


José Moñino, más conocido como el Conde de Floridablanca, forma parte de la primera generación del siglo XVIII o 'la generación de los políticos de Carlos III', como los definió el novelista Javier Marías, que ayudaron a modernizar la Monarquía borbónica en diversos ámbitos ( social, económico, político), introduciendo un reformismo inspirado en las corrientes generales ilustradas que en esos momentos comenzaban a recorrer Europa.
Su lealtad al rey y su profesionalidad como jurista fue siempre ampliamente demostrada y admirada, incluso cuando abandonó el cargo de primer ministro, al tiempo que legó auténticos hitos como el famoso censo promovido por el, que fue uno de los primeros realizados en el viejo continente.
Floridablanca dejó una importante huella en la ciudad de Murcia, que le acogería en sus primeros años de vida y ya al final de sus días, cuando experimentaría cierto desengaño de la la vida política.
En la época de Floridablanca, España aún conservaba el mayor imperio territorial del mundo, logrado en tiempos de Carlos I y Felipe II, pero sus reinos eran demasiado vulnerables porque, al estar tan dispersos, no podían recibir la atención y defensa suficiente por parte de un imperio en decadencia frente al poderío británico

La Murcia del Setecientos
El siglo XVIII deja en Murcia importantes muestras del Barroco en arte y arquitectura. Por ejemplo, en 1754 se termina la fachada principal de la catedral, después de 17 años de intenso trabajo, considerándose uno de los más bellos ejemplos de la arquitectura barroca. Otras obras que embellecieron la ciudad fueron el Seminario de San Fulgencio, el Palacio Episcopal, el Puente de los Peligros, el Malecón, la mayoría de las parroquias históricas, palacios como el de Fontes, Floridablanca, Marqués de los Velez o de los Riquelme. También destaca la obra escultórica de Francisco Salzillo o Nicolás de Bussy.



BIBLIOGRAFÍA

ALCÁZAR MOLINA, C.: El conde de Floridablanca (notas para su estudio), Sucesores de Rivadeneyra. Madrid, 1929.
ALCÁZAR MOLINA, C.: Los hombres del despotismo ilustrado en España. El conde de Floridablanca: su vida y su obra, Instituto de Estudios Históricos de la Universidad de Murcia. Murcia, 1934.
JIMÉNEZ DE GREGORIO, F.: El testamento de Floridablanca, Seminario de Historia de la Universidad de Murcia. Murcia, 1947.
HERNÁNDEZ FRANCO, JUAN: La gestión politica y el pensamiento reformista del Conde de Floridablanca (1984)
RUIZ ALEMÁN, J.: Floridablanca. Escritos políticos. La Instrucción y el Memorial, Academia Alfonso X el Sabio. Murcia, 1982.

domingo, 18 de enero de 2009

Los valles olvidados




LOS VALLES OLVIDADOS es el título de mi primera obra narrativa larga, que ha merecido un premio de la Diputación de Jaén el pasado mes de Diciembre, y será editada próximamente.
Os envío el primer capítulo.Para los próximos habrá que esperar a su publicación.

Capítulo I

En Los Otros Valles hay tres sierras hermanadas que no se conocen bien, a pesar de que sus cuerpos están formados desde siglos por la misma materia y que las mismas aguas y los mismos vientos las han modelado hasta llegar a ser estos gigantes de aparente quietud que no cesan en su trajín diario, sin importarles lo que piensen los seres que a sus expensas se han instalado en su epidermis.
Estas tres hermanas, de la provincia de Jaén, iguales en la niñez y juventud, han heredado en su madurez atributos que les han configurado almas bien distintas: una es famosa y presume de renombre internacional, las otras, aunque la propaganda se empeña en hermanarlas, siguen siendo las desconocidas de la triada. Aunque esto también tiene sus ventajas, como veremos.
En cada una de las sierras se instalaron seres voraces y movedizos que viven a expensas de ellas y ejercen una incesante tarea de construcción y derrumbe que les consume mucha energía ⎯las enciclopedias los denominan vegetales y animales y los consideran seres inferiores⎯. Tampoco los humanos ven el momento de dedicarse a labores más creativas, porque se esfuerzan de sol a sol en duras tareas para sobrevivir. Sólo la noche suele traer la calma y el sosiego a estos parajes y, en ocasiones, a sus vecinos, cuando derrengados caen en sus lechos después de cada intensa jornada.
Los cuerpos de estas montañas acogen ríos que beben de las mismas aguas y realizan quehaceres similares, solo que uno de ellos viaja más; su nombre es de origen árabe ⎯Guadalquivir⎯, es famoso allende sus riberas y va a morir a la mar, y los otros son sus hermanos menores y tienen querencia de embalse.
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Aunque todavía la claridad del alba es muy leve, en los Otros Valles ya se percibe la luz del amanecer, ese instante en que la vida toma la decisión de renovarse. El kikiriki de los gallos rompió el silencio mañanero. A este nuevo sonido le siguió el zureo de palomas, ladridos de perros, esquilas de ganado y un ¡quiaaa!, ¡quiaaa!, ¡ieeeeeeh…!; agudos silbidos y berridos de pastores que intentaban dirigir a los animales.

A esas horas ya se había levantado Eufrasio, el pastor. Con un penetrante silbido convocó a los perros: un mastín, de pelaje blanco terroso, al que llamaba Marco y que estaba viejo y achacoso pero que aún respondía bien al ataque de alguna alimaña; y otro inquieto, con vocación de sargento cuartelero que ponía en orden a la tropa de aquellas ovejas estúpidas y gregarias, amontonadas ahora junto a la puerta del redil pretendiendo salir todas a la vez.
El pastor hundió sus manos curtidas y ásperas en el pilón frente al cortijo y se frotó la cara y las orejas con aquella lluvia fría y estimulante que le devolvió la lucidez y lo situó en la justa hora de su tarea cotidiana. Ese fue todo el ceremonial de su aseo, después alcanzó una botella de cristal con una etiqueta adherida donde se leía: Anís el castillo, bajo un dibujo de almenas doradas. Se llenó una copita y se la echó al coleto, carraspeó un par de veces y dio por concluido su desayuno y su dentífrico mañanero.
Eufrasio era hombre de edad madura pero indefinida; como casi todos los lugareños, que no recordaban sus años y solían recurrir a acontecimientos coincidentes en el tiempo: “yo nací en el año el hambre”, “mi madre me parió cuando la ria’ se llevó el puente del molino”... El paso de los años no suponía inquietud en sus vidas, ellos se regían por las estaciones y ciclos naturales; la mayoría no sabía leer ni escribir, ni les hacia falta recordar la fecha de nacimiento. Tampoco el deterioro físico estaba en su agenda, sabían que su misión en este mundo era trabajar de sol a sol hasta que el cuerpo aguantara, formar una familia y que los hijos les ayudaran a soportar la vejez como ellos lo habían hecho con sus padres, por eso la soltería no se entendía y sobre el célibe recaía el sambenito de la sospecha acerca de su hombría.
Esa sospecha era el estigma que llevaba prendido Tomás, que era soltero y vivía con su madre, y debía aguantar las chanzas de sus vecinos, justificando su indefinición sexual con la excusa de que no habría mujer que aguantara a su madre, y andaba siempre solitario y taciturno. Pero lo cierto es que Tomás no se explicaba por qué sentía aquella presión en el bajo vientre y se le trababa la nuez en la garganta cada vez que coincidía con Aurelio en la tiná de la roca que da vista al pantano.

La existencia resignadamente aceptada y una punta de ganado era la herencia que los rústicos destinaban a sus hijos. Que el tiempo no cambiara este destino se debía posiblemente a que no daban más de sí o a su indolencia o egoísmo, pero también contribuía el aislamiento y la ignorancia en que habían vivido en aquellos valles rodeados de montañas, sin comunicación ni transporte, salvo una mula o burro que los acercara al molino de aceite o a la molienda del trigo una vez al año, y en pocas ocasiones al médico o a las ferias de ganado de los pueblos cercanos.
Eufrasio fue pastor de ovejas y cabras desde que le nacieron los dientes; era delgado, de tez morena que se perdía en el triángulo del cuello ⎯la única piel que permitía exponer al astro sol⎯, y en su cara lucía unos ojos azules que parecían dos ópalos robados al cielo, de tanto mirarlo mientras pastoreaba tumbado bajo las encinas. Cuando su cuerpo de adolescente se adensó y en sus adentros sintió el ardor que le producía la presencia de Felisa, una moza cabal, espabilada y limpia, la acechó cuando bajaba de atar al mulo Montesinos y, sin rodeos, le dijo que quería formar una familia, pero que no tenía posibles para un convite. Por eso se la llevó a una pensión del pueblo y allí la hizo mujer, sin cura, ni convidados, ni testigos, ni ajuares de novia, como rubricaban las bodas los lugareños que no tenían donde caerse muertos.
Eufrasio era ahorrador hasta en las palabras, sabía mandar con el gesto, y como sus ojos no servían para convencer a su prole, empleaba la correa, aunque la mayoría de las veces solo le bastaba con desabrochar la hebilla.

Ya despuntaba el sol por el pico de la montaña que da sombra al cortijo, cuando el pastor con su atuendo de diario, pantalón de pana y camisa parda, alpargatas de suela de goma y medias de lana enrolladas a media caña, capacha y cantimplora en bandolera, iba alejándose hacia su majada, que estaba en la meseta por encima de Jabalcaballo, a unas dos horas de camino. La jornada nunca se hacía de un tirón, sino con ‘estaciones’, como un lento vía crucis, para aprovechar el ramoneo de las cabras y los brotes nuevos crecidos al amparo de la escarcha madrugadora.

domingo, 11 de enero de 2009

Mi VIAJE A RUÁN, EN EL CORAZÓN DE NORMANDÍA


Tomé el avión a París y después un tren desde la Gare Saint-Lazare. Os aseguro que la estación apenas ha cambiado desde que la pintó Monet, solo que los trenes ya no son de vapor.
El tren transita paralelo al río Sena y me sorprendió el verdor de sus riberas y la armonía de sus pueblitos.
El trayecto a Ruán se hace aproximadamente en una hora. Los revisores siguen llevando unos uniformes con gorra de plato, como a principios de siglo.

Ruán es la capital histórica de Normandía; “la ciudad de los cien campanarios que repican en el aire“, frase atribuida a Victor Hugo.
En época romana la llamaban "Rotomagus". En el año 911 se convirtió en la capital del ducado independiente de Normandía tras el Tratado de Saint-Clair-sur-Epte, en el que el rey Carlos III de Francia se la cediera a Rollón, jefe vikingo. En 1203 Felipe II, rey de Francia, recuperó la ciudad para su país. En 1419, durante la guerra de los Cien Años, Enrique V de Inglaterra tomó la ciudad y la incorporó a la corona inglesa. En la II Guerra Mundial sufrió grandes devastaciones.

La catedral de Ruán
Monet, Museo d’Orsay
La catedral de Notre Dame es el centro de atracción del casco antiguo de Ruán. Esta Catedral fue fuente de inspiración del genial pintor francés Claude Monet. Pintó más de treinta cuadros de los encajes de piedra de la fachada y de la torre de Saint Romain, a todas las horas del día y de la noche, que podemos contemplar en el Museo de Bellas Artes de la ciudad y en el Museo d’Orsay.

La ciudad antigua está formada por casas medievales de entramados de madera. A pesar de ser distintas, guardan armonía en altura y combinación de colores. La tenue luz nocturna nos da la sensación de adentrarnos en el cuento de Hansel y Gretel.













Los normandos son de piel clara, ojos azules y rubios. Se enorgullecen de sus antepasados vikingos.

Ruaneses ilustres
Pintores impresionistas vinculados a la ciudad: Monet, Gauguín, Renoir, Boudin, Sisley…
Escritores: Flaubert, el autor de Madame Bovary (en la que se recrean muchos lugares de Ruán), Guy de Maupassant, Emile Zola, Victor Hugo… Y una larga lista de hombres de ciencia y de la cultura.

En Ruan hay 8 teatros, varios museos, 7 bibliotecas, un jardín botánico y una gran afición a la música. Las catedrales son escenario de los conciertos que a diario se ofrecen. Es sorprendente la resonancia de las voces y los instrumentos (¡cómo sabían tanto los constructores en la Alta Edad Media!).




Interior de la catedral







Iglesia de Saint-Maclou

El 9 de enero de 1431 se celebró allí el juicio de Juana de Arco, un personaje histórico muy importante en la ciudad. Es condenada a la hoguera con 19 años, en la plaza del mercado, donde hoy se ubica una cruz y un museo conmemorativo.

Las cosas que me han causado más placer en este viaje al corazón de Normandía: el color del paisaje, sin arrebatos, dulcísimo, por eso lo eligieron los impresionistas; la sonoridad de la música; el respeto por la conservación de la ciudad y el entorno; la educación de la gente y el patrimonio pictórico de sus museos. Y el pan y la riquísima pastelería de Paul, donde cada mañana desayunaba con mi amiga Beth. Además, aquí terminé por fin mi primera novela.
Para los que no les guste la tranquilidad, les aconsejo que no pernocten en esta ciudad. La mayoría del turismo se marcha por la tarde, porque a partir de las 8 ya están las calles desiertas. Es la hora de los duendes.

Y termino con Giverny, donde está la que fue casa de Monet en los últimos años de su vida.



Las fotos son de su casa y los famosos jardines y estanques de nenúfares, que él mismo cuidaba, porque también era jardinero.





(Lola Buendía, 20 de septiembre de 2008)

viernes, 9 de enero de 2009

Introducción: Mi VIAJE A RUÁN...



Tomé el avión a París y después un tren desde la Gare Saint-Lazare. Os aseguro que la estación apenas ha cambiado desde que la pintó Monet, solo que los trenes ya no son de vapor.
El tren transita paralelo al río Sena y me sorprendió el verdor de sus riberas y la armonía de sus pueblitos.
El trayecto a Ruán se hace aproximadamente en una hora. Los revisores siguen llevando unos uniformes con gorra de plato, como a principios de siglo.

El olivo y los poetas


"Y el verdor ceniciento o plata de los olivos según el viento. ¡Cómo se parece en su seriedad, en su grande monotonía, al mar!" (José Antonio Muñoz Rojas)

Trabajo que realicé para el número 5 de la revista Calle del Agua
Otoño de 2004

En la lírica tradicional nos encontramos con estos poemas anónimos pertenecientes al cancionero español del siglo XV.

Que no hay tal andar
por el verde olivico,
que no hay tal andar
por el verde olivar.

Gritos daba la morenica
so el olivar,
que las ramas hacen temblar.
La niña, cuerpo garrido,
lloraba su muerto amigo
so el olivar:
que las ramas hace temblar.

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Tres morillas me enamoran
en Jaén,
Axa y Fátima y Marién.
Tres morillas tan garridas
iban a coger olivas,
y hallábanlas cogidas
y tornaban desmaídas
y las colores perdidas
en Jaén,
Axa, Fátima y Marién.

( continuará...)


Antonio Machado, - poeta de la generación del 98- y que posiblemente sea quien más ha cantado al olivo- nos ofrece gran variedad de poemas, desde los más costumbristas, hasta los que expresan los sentimientos más intimistas. Nacido en Sevilla, el poeta residió en Baeza donde el paisaje de olivar debió impregnar sus pupilas:




Sobre el olivar.
Se vio a la lechuza
Volar y volar.
Campo, campo, campo,
Entre los olivos,
Los cortijos blancos...
Y la encina negra
A medio camino
Entre Úbeda y Baeza.


El poeta nos confiesa que sus aficiones eran pasear y leer. Seguramente la nostalgia por la reciente muerte de su esposa va a dar el toque de desesperanza a estas composiciones breves en coplas o romancillos en las que se describe el paisaje andaluz.

Los olivos grises,
Los caminos blancos.
El sol ha sorbido
La calor del campo,
Y hasta tu recuerdo
Me lo va secando
Este alma de polvo
De los días malos.


En “
Olivo del camino”, recogemos la estrofa II, debido a lo largo del poema, y porque creemos que es la más bella y expresiva:

Hoy, a tu sombra, quiero
Ver estos campos de mi Andalucía
Como a la vera ayer del Alto Duero
La hermosa tierra de encinar veía.
Olivo solitario,
Lejos del olivar, junto a la fuente,
Olivo hospitalario
Que das tu sombra a un hombre pensativo
Y a un agua transparente,
Al borde del camino que blanquea,
Guarde tus verdes ramas, viejo olivo,
La diosa de ojos glaucos, Atenea.

De su libro”
Campos de Castilla”, escrito hacia 1907, encontramos el poema: “Los olivos”, en donde sus recuerdos siguen fijos en Andalucía. De él extraemos los primeros versos.

¡Viejos olivos sedientos
bajo el claro sol del día,
olivares polvorientos
del campo de Andalucía1
¡ El campo andaluz, peinado
por el sol canicular,
de loma en loma rayado
de olivar y de olivar!
Son las tierras
Soleadas,
Anchas lomas, lueñes sierras
De olivares recamadas.
Mil senderos. Con sus machos,
Abrumados de capachos,
Van gañanes y arrieros.
¡ de la venta del camino
a la puerta, soplan vino
trabucaires bandoleros!
¡ olivares y olivares
de loma en loma prendidos
cual bordados alamares![...]

(hasta otra entrega)